Héroe de luz – octubre
Dos mil años atrás, Nazaret es una pequeña aldea de Galilea; un lugar tan insignificante que ni siquiera se menciona en los libros de historia, como Antigüedades Judías y La guerra de los judíos, de Flavio Josefo «donde el autor agota toda la materia geográfica e histórica de Palestina».
Nazaret, que tampoco se nombra en el Antiguo Testamento, es la ciudad de la que se burló Natanael al preguntarle a Felipe si de allí «puede salir algo bueno». Justo ahí es donde se encuentra la Santísima Virgen María cuando el ángel Gabriel llegó a darle la gran noticia: en su vientre se alojaría la salvación del mundo.
En aquella humilde jovencita de un pueblo olvidado se había fijado el Señor, que una vez más reafirma que no ve las apariencias, sino el corazón. Él había encontrado gracia en ella para sembrar en su vientre «la Vida» que le devolvería la esperanza a la humanidad.
Y dijo que sí. Por eso estás leyendo esto en el mes que la Iglesia ha destinado para acercarnos a Jesús a través del rezo del Santo Rosario, la oración meditada de una madre que, al contemplarlo, nos acerca a su hijo.
«FIAT»
No hay fechas ni lugar exactos de su nacimiento. No hay rastros de su biografía, solo pistas inexactas y, si me preguntan, no creo que sea algo que le moleste, por el contrario. Este es el primer destello de su humildad: saber que su llamado era ser el candelero que portara «la luz», como bien lo describe Ignacio Larrañaga en su libro «El silencio de María».
Nunca mejor expresado. Todo en torno a María es silencio. Ella misma se reservó las palabras cuando no comprendía lo que sucedía en el plan que Dios le había propuesto.
Su fiat, hágase, es «la segunda creación». Porque cuando Dios dijo «hágase», se creó el mundo. Cuando lo pronuncia María, se crea la obra de redención del hombre, y lo que antes había sido destruído ahora es restaurado. La constitución dogmática Lumen Gentium, lo presenta en una comparación de la siguiente manera: «lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe (…) La muerte vino por Eva; por María, la vida».
Así es como, con todo lo que implicaba el incomprensible plan de Dios, lo aceptó, desafiando los peligros que amenazaban su vida. María creyó, no hay dudas, pero sobre todo, amó.
Así lo confirma en su primera carta encíclica, Deus Caritas Est, el Papa Emérito Benedicto XVI: «María es, en fin, una mujer que ama. ¿Cómo podría ser de otro modo? Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama. Lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los relatos evangélicos de la infancia. Lo vemos en la delicadeza con la que en Caná se percata de la necesidad en la que se encuentran los esposos, y lo hace presente a Jesús.
Lo vemos en la humildad con que acepta ser como olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el momento de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús (cf. Jn 2, 4; 13, 1). Entonces, cuando los discípulos hayan huido, ella permanecerá al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25-27); más tarde, en el momento de Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14)».
Su fiat también es una escuela que nos enseña que no se trata de nosotros, sino de Dios, y esa es su mayor virtud. La encíclica de Benedicto nos ayuda a entenderlo: «María es grande precisamente porque quiere enaltecer a Dios en lugar de a sí misma. Ella es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor (cf. Lc 1, 38. 48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios».
Así es nuestra madre: Fuerte sin aspereza; tierna y dulce sin ser débil. Obediente sin ser servil; valiente, humilde, prudente,
dispuesta a ayudar. De pocas pero sabias y profundas palabras. Mujer, madre, hija, cristiana, hermana, ser humano. María.
Pronunciar su nombre es pronunciar a Jesús, sentirlo palpitar desde su corazón amoroso. Ella es la mano que nos alcanza su Gracia; la que nos cobija cuando hace miedo y frío, y nos acompaña cuando nos sentimos perdidos. Ella solo quiere ser camino hacia «El Camino». ¿Te atreves a dejarte llevar de su mano?
– Nazaret Espinal
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