El Triduo Pascual por Rvdo. P. Rodrigo Hernández

Por Coral Medina, el March 10, 2022

Cuentan que en un aeropuerto, en la zona de las tiendas, había una tienda de porcelanas muy finas. Ahí los viajeros con más dinero iban a comprar lujosos regalos para sus familiares. Regalos de última hora en una tienda de mucha fama.

Todos los adinerados que pasaban por ese aeropuerto iban a la famosa tienda a llevarse costosos regalos. Y muchos que no eran tan ricos, iban a mirar. Ahí se encontraban de las mejores piezas de porcelana de ese país, todas carísimas, pero muy lindas. Muchos soñaban con poder algún día llevarse una de esas piezas para con ella decorar sus casas.

Unos de esos viajeros, un papá con su hijo pequeño, entraron a curiosear en la tienda. Ahí había un barco de porcelana, con muchas figuras que todo el mundo miraba con gran interés. Era una obra de arte. Obra de arte que costaba más de 5,000 dólares.

Junto al barco de porcelana había un elegante cartel que, en letras grandes decía: “No tocar”.

Cuando entraron, el papá con su hijo fueron directamente a ver el barco, leyeron el cartel, y el niño… ¡tocó! Y el barco cayó al piso con gran estruendo, rompiéndose en mil pedacitos.

¡Qué tragedia! El dueño de la tienda rápidamente dejó a los clientes que estaba atendiendo y fue corriendo a ver el desastre.

El señor miró al niño que había roto el barco, el niño miró avergonzado lo que había hecho, y fue el niño el que miró a su papá.

El papá tuvo que pagar la pieza rota por su hijo. Hizo un gran esfuerzo económico, pero pudo al fin correr con los gastos del estropicio que se había causado.

Años después, este niño recordaría con gran cariño como su papá se sacrificó para pagar la deuda del daño que él había hecho.

Algo parecido ha sucedido con nosotros. Cuando Dios creó al hombre y a la mujer lo puso en el jardín, le enseñó todo lo que había hecho para ellos. Les mostró los animales, las plantas y los árboles llenos de frutos. Pero había un árbol del que estaba prohibido comer: el árbol de la ciencia del bien y del mal.

El Señor Dios les dijo que de ese árbol no podían comer el fruto que daba y, aún siendo algo agradable a la vista, debían abstenerse de comer de ese árbol. Podían mirar, pero no tocar (como nuestro amigo del aeropuerto). Pero sucedió que tentados por la serpiente, Adán y Eva comieron del fruto de ese árbol. Y entró el pecado en el mundo. Desobedecieron a Dios y, desde entonces, se instaló la desobediencia a Dios en el corazón de los hombres.

Pero como Dios, es un Padre amoroso que no abandona nunca a sus hijos, tuvo que pagar esa deuda que la humanidad había adquirido con el pecado. Y el precio de esa deuda no fueron unos miles de dólares, sino la entrega del Hijo de Dios en la Cruz. Ahí está nuestra salvación, en lo que Dios ha obrado por nosotros.

Para adentrarnos en la grandeza del amor de Dios con cada uno de nosotros, te propongo un pensamiento. Un pensamiento que tiene que ver con tu vida: quizá tengas hijos y, si tienes hijos, piensa ahora en ellos. En cómo los amas, en cómo para ellos quieres lo mejor, en cómo te entregas por ellos hasta dar la vida si fuera necesario.

Seguro que darías la vida por tus hijos, por cada uno de ellos. Pero, ¿matarías a tu hijo por otra persona? Eso es lo que el Padre hizo por ti.

Eso es lo que estos días estamos celebrando, un Padre amoroso que entregó a su Hijo por nuestra Salvación. Un Padre que resucitó a Jesús de entre los muertos para que hoy tengamos Vida. Y vida en abundancia.

 

Rvdo. P. Rodrigo Hernández

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